Replanteo epistémico del concepto de autonomía desde la bioética feminista: la autonomía relacional
- De Ortúzar, María Graciela (CIEFi, FaHCE-UNLP)
La bioética feminista nace a partir de la denuncia del sesgo en las investigaciones sicológicas, poniendo en evidencia la importancia de las nuevas epistemologías para la ampliación de puntos de vista y la escucha de voces otras. Su precursora, Carol Gilligan (1982), parte de la crítica al trabajo de Kohlberg en sus interpretaciones sobre las diferencias en el desarrollo moral entre niños y niñas; proponiendo resaltar las características femeninas, pero de un modo positivo y no como deficiencia, como sostenía Kohlberg desde una postura androcéntrica. Dicha autora desarrolla en el campo de la salud la ética del cuidado, diferenciándose así de las teorías de justicia universalistas. De esta manera, Gilligan (In a Different Voice,1982) elimina la jerarquía entre estas diferencias y legitima un punto de vista alternativo al considerar las circunstancias y las relaciones . Sus estudios permitieron mostrar cómo el punto de vista androcéntrico, que se corresponde con el del varón blanco, adulto y capaz, invisibiliza el punto de vista y las necesidades específicas de las diferentes mujeres.
Así, esta nueva mirada confronta a la bioética principalista de Georgetown (Beauchamp y Childress, 1979) de la década del 70, centrada en la concepción de autonomía racional instrumentalizada a través del consentimiento informado en investigación y práctica clinica. En este punto es oportuno aclarar que la citada concepción se extendió como un mantra en todos los países, olvidando las diferencias históricas, culturales y territoriales. Asimismo, la bioética principalista, reducida a la práctica clínica e investigación, ignoró el sentido dado al término bioética por Potter (1970) preocupado por el daño generado por “la ciencia neutral y universal “ al ambiental, quien entendía a la bioética como un puente entre las ciencias exactas y las ciencias humanas para la preservación de bienes comunes. En su lugar, la bioética principalista se construye en base al ideal abstracto e imparcial de autonomía, el cual supone una concepción individualista de las personas (que son concebidas como radicalmente autónomas y racionales), partiendo de la normalidad natural y excluyendo la diversidad funcional, sin tener en cuenta el contexto y necesidades históricas, omitiendo la dimensión de lo relacional, lo emocional, la gradualidad y la conexión con los otros (véase más adelante)
Los primeros temas de la bioética feminista versaron sobre la sexualidad, embarazo, acceso al aborto y control de la natalidad. También continuaron denunciándose el sesgo de género en los ámbitos de la investigación y en la práctica médica asistencial, como ocurre en el trasplante de órganos (sesgo de género, raza, etnia, edad). La salud pasó a ser un tema de disputa entre derechos y control social (Sherwin 1992). Por ejemplo, en el campo de la bioética y la siquiatría se plantearon cuestiones de poder, surge la antisiquiatría y comienza el análisis de la opresión por injusticia basadas en el género (Wolf, 1996), diferenciando el sufrimiento de la enfermedad.
Desde los 80, con antecedentes lejanos anteriores en Sojourner Truth , el feminismo negro denuncia la opresión interseccional (género, raza, etnia, clase social, factor geopolítico, edad, entre otros) que genera la exclusión, y la violencia hacia las mujeres racializadas en el ámbito de la atención sanitaria biomédica Así, las cuestiones culturales y raciales en la atención de la salud fueron visibilizadas a través de violencias interseccionales, como ocurre por ejemplo en el parto de mujeres migrantes bolivianas, con múltiples testimonios de xenofobia y violencia física en nuestro país (Magliano, 2009). Lejos de respetarse las legislaciones que significaron un avance parcial en temas de género (Ej. parto respetado), las voces de estas mujeres diversas y sus testimonios fueron silenciados por existir la injusticia hermenéutica y testimonial (Fricker,2007) que hace posible la violencia epistémica. Esta última se conjuga con otras formas estructurales de violencia (violencia institucional, violencia epistémica, violencia de género). Las únicas voces autorizadas y escuchadas en el campo de la salud son las mujeres de sectores privilegiados, siendo necesario erradicar la racialización en salud.
Desde el sur se plantean incorporar los discursos éticos la diversidad, la justicia epistémica y la interseccionalidad (Diniz; Guilhem, 2008). En esta perspectiva, la bioética feminista de la periferia y la bioética decolonial y poscolonial (Spivak, 1994), buscan cuestionar conceptos pretendidamente universales que ocultan el silenciamiento de esos otros, de sus voces. La deconstrucción de la historia de colonización y dominación, muestra las asimetrías de poder y abusos, partiendo de mujeres de carne y hueso desde su territorio. Una diversidad y una diferencia que no basta con asimilar y aglutinar desde los márgenes a un sistema céntrico que reproduce los mismos juegos de poder al interior de las instituciones (educación, salud, etc). Se trata de reconocer las múltiples singularidades y mundos posibles, sin asimilaros y negarlos en su especificidad, sin cosificarlos y someterlos.
Por lo tanto, el encuadre de los problemas no debe responder exclusivamente al punto de vista de los expertos pertenecientes a grupos sociales privilegiados, incluso de países periféricos, sino que debe incluir los diferentes puntos de vistas de las comunidades, haciendo participar y escuchando la diversidad de saberes. Estos puntos de vista, vividos por personas proveniente de grupos sociales diferentes, han sido históricamente silenciados. Desde los movimientos feministas y colectivos negros, se reclama una mirada interseccional desde los márgenes (Colectivo del Combahee River 19 82; Smith 1982; King 1988; Lorde 2007). Lo mismo ocurre con las feministas chicanas (Anzaldúa 1983; Moya 2000) Se debe ejercer la empatía para el reconocimiento del otro concreto, y garantizar su participación en procesos deliberativos y toma de decisiones para que todos los puntos de vista sean escuchados. Se trata de autorizar las voces otras, y no silenciarlas a través de nuestros mismos esquemas de producción del conocimiento, los cuáles nos llevan a limitar los mundos otros desde el saber/poder del grupo privilegiado. Es tiempo de habilitar la escucha de esos otros concretos y el diálogo intercultural a favor de la reciprocidad de saberes, co construyendo un paradigma emancipatorio, democrático, sin reificar ni esencializar la diferencia. Es “una apuesta –y más que una apuesta conceptual, es una apuesta política- de reivindicar modos otros, miradas otras, lenguajes otros, es decir, de radicalizar las diferencias” (Angelino, 2009, p. 151) . En pos de la construcción dinámica de este paradigma bio-ético crítico y post disciplinar, replantearemos aquí el concepto de autonomía relacional, reconociendo grados, relaciones e interdependencias, y vinculando éste con el agenciamiento (capacidad del sujeto para generar espacios críticos no hegemónicos de enunciación del yo, en y desde lo colectivo, para contrarrestar las lógicas de control que se le imponen). Desde la práctica, realizaremos un estudio crítico del uso del consentimiento informado en consultas a comunidades indígenas, problematizando el mismo.