Contraclausura. Acerca de derribar los muros del cuarto propio en tiempos del proyecto histórico de las cosas
- Di Berardino, María Aurelia (CieFI-IdIHICS-FaHCE-UNLP)
- Lufrano, Anabella (CieFI-IdIHICS-FaHCE-UNLP)
- Vidal, Andrea Verónica (CieFI-IdIHICS-FaHCE-UNLP)
Virginia Woolf (1928), planteaba que la desigualdad entre los sexos en la cultura se debía a la imposibilidad para las mujeres de tener un cuarto propio con cerrojo. Esto es, la posibilidad de ejercer el pensamiento y habitar la cultura viene dada por la independencia económica y por el ejercicio de una práctica descentrada del núcleo del “hogar”, puesto que las mujeres son sometidas a un espacio doméstico que les es ajeno. Estas dos condiciones son desde ya muy problemáticas en un contexto social donde la pobreza (cada vez más creciente) se encuentra profundamente feminizada: las mujeres se ven desde el vamos excluidas materialmente del acceso a la cultura y, por otro lado, se encuentran ocupando roles de cuidados en la comunidad a la que pertenecen, extendiéndose así lo doméstico del plano de la intimidad de la casa a la red de contención social que se crea en cada barrio.
Aquella disposición de cerrazón que le permitiera a Woolf proclamar un lugar para las mujeres que no fuera el cotidiano, genera un contrapunto interesante con la lectura sobre la caza de brujas que hiciera Silvia Federici (2021). En un punto, si consideramos la situación de exclusión más profunda de las mujeres de los planos material y simbólico actuales, podríamos decir que estamos en un momento histórico similar a la caza de brujas de la Inglaterra de los cercamientos de tierras que describiera la autora italiana. Mientras que el encierro anhelado por Woolf le imprime un carácter femenino virtuoso a la habitación propia, el cercamiento que expulsa a las mujeres de las tierras comunes, vicia de exclusión, de desintegración de lazos comunitarios, de extranjería del mundo, a las mujeres mismas.
Es como si el ritmo histórico de las mujeres hubiera estado siempre ligado a una trama de clausura: polimórfica, polisémica, pero insidiosamente perjudicial para todas nosotras. Incluso para quienes, lejos de tener comprometida nuestra subsistencia cotidiana, circulamos por dominios simbólicos donde a nuestro estar en el mundo suele exigírsele alguna que otra justificación.
De aquí que nuestro trabajo refiera a los problemas de encerramientos propios de quienes trabajamos en la academia, gestando interrogantes que esta rítmica histórica nos permite vislumbrar. Así, podríamos hacernos una pregunta de orden general que oficie de marco instituyente de las preocupaciones, a saber: ¿cuál es nuestro encierro hoy en el ámbito de una sociedad de la información? Y a partir de aquí, hacernos otras, más específicas, por caso: ¿cómo leer un cuarto propio en tiempos de crueldad? ¿Cómo opera la lógica de la ciencia y de la tecnología, profundamente generizadas al decir de Isabelle Stengers (2010), en nuestras sociedades para generar nuevos cercamientos? ¿Cómo definir la situación postpandémica que desarticuló prácticas colectivas emancipatorias y anudó otras presuntamente “apolíticas”?
Podemos decir que, en la sociedad de la información, profundizada en pandemia y postpandemia, la centralidad de la tecnología evidenció la dilución de algunas categorías propias del relato moderno (público/privado fundamentalmente), complejizando aún más la situación de exclusión histórica de las mujeres del ámbito de la cultura. De un momento a otro, lxs docentes nos encontramos propiciando la práctica educativa desde nuestro claustro (¿cuarto?) propio hacia destinatarixs que, en el mejor de los casos, nos recibían en sus propios claustros (¿cuartos?). Si a la praxis educativa puede pensársela como una situación de frontera (nosotrxs, ellxs), en ese momento particular, se pudo evidenciar que el desafío no era sólo el de un paso liminar, sino el de desarmar una suerte de “monadología pedagógica” impuesta por las pantallas -en su mayoría en negro- y por las ausencias fruto de una exclusión tanto material como simbólica.
Monadología pedagógica en tanto la pandemia dejó a la vista la profunda atomización social, las rajaduras de un tejido que se sostiene por vínculos de todo tipo; muchos de ellos, sin dudas, gestados por las prácticas de cuidado asociados al ámbito de lo “femenino”. Monadología pedagógica en la medida en que entre nosotrxs (¿quiénes?) y ellxs (¿quiénes?) se han agudizado las distancias.
Este estado de cosas se debe, claramente, a múltiples causas. Nosotras trabajaremos aquí con un eje para acercar un par de respuestas tentativas. Dicho eje reconoce la existencia de una sociedad de la información con características como las que le adscribiera Donna Haraway en su texto clásico de 1985 al mundo contemporáneo. Con la autora podríamos decir que la forma “dispersa” del capital, dinamita los lugares obvios de cada ámbito: hogar, mercado, público, cuerpos, etc., pasan ahora a estar en todas partes y conectados de mil maneras. Una forma, la dispersa, que reúne todas las connotaciones del trabajo mal pago que, en pocas palabras remite a una “economía -¡feminizada!-de trabajo en casa”: altamente vulnerable, inestable, con jornadas laborales ilimitadas y yuxtapuestas. Jornadas como las representadas por lo que se conoce como el trabajo fantasma rémora de la Inteligencia Artificial (Boczkowski, Mitchelstein, 2022), ocupadas, en su mayoría, por madres jóvenes al cuidado de niñxs que no tienen acceso a otros trabajos. Y cuya función, hora tras hora, consiste en hacer el trabajo que ningún software puede hacer todavía: el de moderación de páginas web o el etiquetado de una imagen con una palabra clave (¡Alerta! sesgo).
Un eje, como decíamos, que introduce dos problemáticas solidarias entre sí y en línea con la pregunta instituyente: ¿cómo leer un cuarto propio hoy? La primera problemática, ya anunciada por lo dicho por Haraway es la forma en que el capitalismo feminiza el trabajo: dispersando (abriendo), deslocalizando. De esto podemos dar cuenta quienes ejercimos la docencia en tiempos pandémicos: nuestro cuarto/claustro desarmando el par ordenado público/privado.
La segunda problemática está asociada a las posibilidades emancipatorias en una sociedad de la información. El proyecto político del cyborg harawaiano era un proyecto emancipador. Sin embargo, para otrxs autorxs, el escenario actual es el de una tercera capa: ni esfera natural, ni esfera cultural, infoesfera. Esta infoesfera, pliegue sobre y en el que habitamos, supone una existencialización de la técnica y una des-inexistencialización del ser humano (Almendros, 2021, Floridi 2014). Un escenario, por lo demás, cerrado, claustral. Ahora bien, si a este escenario (monadológico) de en-claustramiento presupuesto por la infoesfera y a la creciente desaparición de los lazos materiales que sostienen lo social, le agregamos el progresivo y complejo acecho de la Inteligencia Artificial, que problematiza la manera en que aparece el conocimiento y hasta nos presenta interrogantes sobre cómo pensar la conciencia (Bartra, 2019), el cuarto propio parece no solo lejano sino quizás poco deseable.
Esta indeseabilidad “política” del cuarto propio parecería pertenecer al proyecto histórico de las cosas. Esto es, parafraseando a Rita Segato (2018), el escenario de la infoesfera parece anudarse a ese proyecto funcional al capital, abandonando cualquier esperanza de promover el proyecto histórico de los vínculos, aquel que entiende la reciprocidad y la comunidad como principios garantes de la felicidad y del bien común.
En este punto, resulta claro que la sociedad de la información asume una paradoja mal digerida: el capital dispersa y por lo mismo enclaustra. Y al hacerlo, desarma las posibilidades de darnos un proyecto de contraclausura, no monadológico. Si queremos pensar un primer paso de ese proyecto contra toda pedagogía de la crueldad, nos daremos un espacio para pensar las relaciones entre conocimiento, ciencia, tecnología, trabajo y género (Balmaceda 2021). Todos estos conceptos siguen la línea trazada en las preguntas específicas mencionadas en la medida en que conforman un mismo argumento para dar cuenta de la posibilidad o no de que una epistemología feminista avance sobre el proyecto histórico de los vínculos.